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martes, 28 de mayo de 2019



El Paleolítico es un periodo de tiempo muy amplio que abarca desde los 500.000 años hasta hace unos 30.000 años aproximadamente y que se suele dividir en varias etapas (Superior, Medio e Inferior); sin embargo habitualmente se habla de él con el nombre genérico de Edad de Piedra, ya que la mayor parte de los restos encontrados son de este material.

Hasta hace poco se pensaba que el hombre del Paleolítico Inferior no tenía aún ningún tipo de sentido religioso, pero los recientes descubrimientos en la Sima de los Huesos de Atapuerca han desmentido tal afirmación, dando pie además a pensar que el desarrollo inicial del arte (generalmente asociado a la idea de lo trascendente) pudo remontarse a esa etapa.

El hombre de Neandertal ya nos legó formas que se pueden asociar al arte, aunque se limitaban a ser objetos de adorno muy rudimentarios, pero cuando se puede hablar realmente de un afán estético es con la llegada del Homo Sapiens Sapiens, en el Paleolítico Superior, hace unos 40.000 años.


Se suele utilizar el término de arte rupestre como sinónimo de arte paleolítico porque la gran mayoría de los restos se han hallado en cuevas o grutas (bien sea en yacimientos en el interior o en las paredes), pero ni todo el arte rupestre pertenece a ese periodo ni todo lo que se hizo en el Paleolítico procede de las cavernas.

Quizá unos de los restos de arte prehistórico más espectaculares y fascinantes sean las representaciones de arte parietal, de las que tenemos ejemplos sorprendentes en Altamira o en las cuevas de la Dordoña francesa, como Lascaux, pertenecientes ambas a la escuela franco-cantábrica.

Solían hacerse en lo más profundo de las cuevas (aunque se han encontrado algunas excepciones) y entre los temas favoritos encontramos las imágenes de animales -algunos extintos como mamuts o uros y otros reconocibles en la actualidad- como bisontes, caballos, gacelas, osos, ciervos o toros de asombroso realismo, bien plasmados en grupo o de manera individual. En ocasiones se incluían signos como manos impresas a modo de tampón o contorneadas (soplando la pintura por la boca a modo de aerosol), símbolos abstractos o figuras humanas en escenas de caza o lucha en las que está siempre ausente el paisaje pero que en cambio tienen un movimiento y una naturalidad sorprendentes.


El hombre prehistórico basaba su subsistencia en la caza y la recolección de alimentos como bayas, raíces, etc., y su actividad cotidiana se desarrollaba en competencia directa con multitud de especies de depredadores que amenazaban su vida y de las que tenía que defenderse. La importancia que la actividad cinegética tenía en aquellas sociedades queda patente en esa abundancia en la representación de estos animales salvajes.

Entre las técnicas más habituales con las que se ejecutaban las imágenes está la pintura, llevaba a cabo a base de pigmentos naturales como el ocre, el carbón o el manganeso que daban lugar a colorantes de tonos rojizos, negros o amarillentos) disueltos en grasa animal, que podían aplicarse con los dedos o con ramas y fibras a modo de pincel. Las hay solamente perfiladas o con el interior decorado simulando volumen, y resulta característico que las siluetas siempre aparezcan de perfil. Sin embargo también encontramos relieves y grabados, de hecho no resulta extraño encontrar pinturas que han aprovechado resaltes y abultamientos en la roca para conferir tridimensionalidad a la figura.


Existen muchas teorías que tratan de explicar el significado de este tipo de representaciones, pero la más difundida es que defiende que su función era propiciar la caza; sin embargo también puede asociarse con un significado religioso o con una forma de transmitir ritos y leyendas. Sin embargo, si nos atenemos a la primera explicación, resulta curioso que los animales más frecuentes en las paredes de las cuevas no fueran precisamente los más habituales en su dieta; y además, de plantas y semillas que también formaban parte de su alimentación tampoco se han encontrado imágenes. Pero de cualquier manera lo que parece claro es que existió algún tipo de intención mágica en su creación. De manera que la incógnita sigue abierta.

Pero además del parietal el hombre del Paleolítico nos ha legado otras manifestaciones de su arte en forma de objetos rituales decorados, adornos personales, pequeñas esculturas de animales o deliciosas estatuillas femeninas como la conocida Venus de Willendorf o la de Laussel, con los atributos sexuales y las formas femeninas (senos, caderas, glúteos) muy resaltados como símbolos de fecundidad, pero con el rostro apenas esbozado. La estratigrafía asociada a estos restos resulta además sumamente útil a la hora de datar el arte parietal.


También son numerosos los utensilios de uso cotidiano, y es que para afrontar la larga y difícil lucha por la subsistencia, del hombre primitivo tuvo de idear herramientas que le permitieran resolver las nuevas situaciones que se le presentaban. Los restos que se han encontrado en los yacimientos son la respuesta tecnológica a estas adversidades, la manera de en que el ser humano se las ingenió para enfrentarse al medio y dominarlo. Actividades como cazar, defenderse de los enemigos, cortar pieles o ramas, calentarse, etc. hicieron necesario el desarrollo de una serie de técnicas cuyos vestigios nos sirven en la actualidad para intentar comprender cómo vivían, pensaban y sentían nuestros antepasados. Así, tenemos hachas de mano (bifaces), bastones de mando, lascas afiladas, azagayas o puntas de arpón, muchos de ellos con decoraciones geométricas como líneas y puntos o pequeñas incisiones.

Aunque los restos más frecuentes son, como ya hemos visto, de piedra (sobre todo de sílex o pedernal, que es una variante del cuarzo) o de hueso, lo cierto es que aquellos primeros hombres usaron también madera, pieles, conchas o fibras vegetales, pero el hecho de que estos materiales sean perecederos hace que sean menos los ejemplos hayan llegado hasta nosotros. 

Tampoco nos han quedado indicios de arquitectura, aunque podemos suponer que algunas de las cuevas hicieron las veces de santuarios. Pero aún así, y dejando aparte el debate sobre si su intención primigenia era mágico-religiosa o meramente estética, lo cierto es que nuestros antepasados nos han dejado muestras de sobra que nos hablan se su sensibilidad artística y su gran sentido de la belleza.



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